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                            POESIAS                 

 

Cuando lejos, muy lejos, en hondos mares, en lo mucho que sufro pienses a solas, si exhalas un suspiro por mis pesares, mándame ese suspiro sobre las olas.

Cuando el sol con sus rayos desde el oriente rasgue las blondas gasas de las neblinas, si una oración murmuras por el ausente, deja que me la traigan las golondrinas.

Cuando pierda la tarde sus tristes galas, y en cenizas se tornen las nubes rojas, mándame un beso ardiente sobre las alas de las brisas que juegan entre las hojas.

Que yo, cuando la noche tienda su manto, yo, que llevo en el alma sus mudas huellas, te enviaré, con mis quejas, un dulce canto en la luz temblorosa de las estrellas.

También hay un silencio enamorado. Existe entre las cosas. Existe entre nosotros. En un patio con luz hipnotizada (las dos del día) yendo hacia septiembre.

En lo que hablan en voz baja los amantes: cuando callan y no se oye ni pasar el viento, silencio enamorado.

Silencio enamorado el que dejan las horas del reloj cuando verbera el toque entre suspiros.

Silencio enamorado el que azotan las alas de un ave pinariega si entre agüero y agüero de su canto agreste penetran las aristas resinosas de callar un perfume. De callar... y volver el aroma como un dicho suertudo.

 

                         NOSTALGIA DEL PRIMER AMOR

Tu soledad de nieve reclinada, virginal y sencilla, en mi memoria, como agua fiel de fatigada noria viene a regar mi voz enamorada.

¡Cómo recrea el alma sosegada la penumbra y dulzor de aquella historia con resplandores de tardía gloria entre abejas y frutos constelada!

¡Oh, delicada llama, ardor primero velado en llanto y celestial mirada, par del trino, la fuente y la azucena!

Mírame combatido y prisionero volver a tu ilusión breve y tronchada como un temblor en la desierta arena.

 Pasa el tiempo y suspiro porque paso, aunque yo quede en mí, que sabe y cuenta, y no con el reloj, su marcha lenta —nunca es la mía— bajo el cielo raso.

Calculo, sé, suspiro —no soy caso de excepción— y a esta altura, los setenta, mi afán del día no se desalienta, a pesar de ser frágil lo que amaso.

Ay, Dios mío, me sé mortal de veras. Pero mortalidad no es el instante que al fin me privará de mi corriente.

¿Qué aprovecha, señor, andar buscando hora el puerco montés cerdoso y fiero?, ¿qué aprovecha seguir ciervo ligero ni con hierba crüel andar tirando?;

¿qué aprovecha, señor, ir remontando la garza con halcón muy altanero?, ¿qué aprovecha, señor, tirar certero allí una liebre, aquí un faisán matando?;

si traéis el pensar tan regalado que donde estáis más libre y más contento a las presas andáis con él envuelto.

                                                    BESO

¡Qué sola estabas por dentro!

Cuando me asomé a tus labios un rojo túnel de sangre, oscuro y triste, se hundía hasta el final de tu alma.

Cuando penetró mi beso, su calor y su luz daban temblores y sobresaltos a tu carne sorprendida.

Desde entonces los caminos que conducen a tu alma no quieres que estén desiertos.

¡Cuántas flechas, peces, pájaros, cuántas caricias y besos!

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